Carmen mi madre, nunca fue a la escuela, no así su
hermano Severiano, que al emplearse como aprendiz en la fundición cercana a la
ciudad perdida, había tenido la suerte que el dueño de ésta, al no tener hijos
varones, aprendió a querer al mozalbete como a un hijo, incluso en muchas
ocasiones lo alimentaba y le compraba algo de ropa, y como condición para
continuar dándole trabajo, lo llevó a una escuela cercana donde cursó algunos
años de instrucción primaria, hasta que el dueño murió y el Tío Seve aprendió a valerse
por si mismo.
Carmen como decíamos al inicio de esta crónica, padeció muchos sufrimientos,
a los tres años de edad, cuando aún vivían en Real del Oro, pescó una infección
en los ojos, en esa época, no habían servicios médicos en esa localidad y la
gente se curaba con remedios caseros, muchos de ellos aconsejados por las
“brujas” del pueblo, que eran pseudo curanderas y
matronas.
La ignorancia de mis abuelos hizo que le aplicaran en los ojos,
tantos remedios que iban desde gotas de limón hasta orines de gato, que término
mi madre a tan corta edad, con sendas nubosidades en ambos ojos, el descuido y
la falta de recursos económicos, desencadeno en convertirla en una niña cuasi
ciega, que sirvió de pretexto, para que la pobre infante casi no saliera de su
casa.
Esta dolencia fue experimentada por mi madre hasta los ocho años, que una mujer rica, que gustaba de
visitar y ayudar a la gente de las ciudades perdidas, al verla se conmovió y
personalmente la llevó en su coche a un hospital que se llamaba “Guerra a la
ceguera”, ahí le dieron un tratamiento que mi madre nunca supo si fue gratuito
o pagado por la buena señora, pero en seis meses, recuperó parcialmente la
vista, pues con un ojo solo llego a ver sombras y con el otro no podía
distinguir un rostro a quince metros de distancia, condición que conservó hasta
su muerte.
Aun vivía mi abuelo Florentino, cuando a mi madre se le ocurrió,
tal vez animada por los resultados de su tratamiento oftalmológico o tal vez
alentada por la visión sobrenatural que había experimentado algunas noches
antes ( y que mas tarde describiremos),el caso es que comunicó a su padre, que le gustaría vender dulces y cigarros, en la colonia de gente acomodada que distaba
algunas cuadras de la ciudad perdida y ayudar con esto, al sostenimiento de la
casa. Mi abuelo Flor dio su consentimiento y convenció a mi abuela, pues era una
manera de que Carmelita se distrajera del tedio que ocasiona hacer siempre lo
mismo, y acordaron que serian tres o
cuatro horas después del medio día, así que como pudieron habilitaron una
sillita y una pequeña mesa de madera, y
en la tienda de abarrotes donde les daban crédito, sacaron algunos paquetes de
dulces y chicles, algunas cajetillas de
cigarros y uno que otro objeto complementario y se inició para mi madre una
aventura, que cambiaría el curso de su vida.
Aún recuerdo cuando en una ocasión, pasamos en un
automóvil, sobre la Avenida Miguel Ángel de Quevedo, mi madre emocionada me
decía, – “mira hijo, ahí en esa esquina
ponía mi mesita y la gente que acostumbraba comprarme alguna cosa, me
llamaba la niña del puestecito” -, al morir mi abuelo y sus dos hermanitas,
esta actividad le ayudó mucho a no dejarse vencer por la depresión y conocer
gente que mas adelante, de alguna manera la ayudó en no caer en las garras del
vicio, que su madre adquirió, después de morir mi abuelo, parte por necesidad y
parte por gusto. Mi abuela, tal vez cansada de trabajar como sirvienta y
tortillera, vio la oportunidad, ya sin marido de poner un puesto callejero de
fritangas, justo al lado de una pulquería, viéndose en la necesidad de departir
con los clientes consuetudinarios del lugar.
Mientras todos estos acontecimientos pasaban, mi madre
andaba sobre los once años, dos años habían pasado desde la muerte de su padre,
y las cosas habían cambiado un tanto. Severiano de dieciséis, se había
convertido en un hombre independiente, ya fumaba y tomaba y casi dominaba su
oficio de fundición, su tiempo libre lo pasaba con sus amigos, molestando casi
siempre a su hermana Carmelita, pues obligación de ésta, era mantenerle su ropa
limpia y planchada, comida caliente y habitación aseada. Hacia poco tiempo que
habían abandonado la casucha de piedra, y ahora con el peculio de los tres
habían alquilado en una vecindad cercana a la pulquería “la bota”, (donde la
abuela Guadalupe ponía su anafre todos los días), una habitación de dos cuartos
y una cocina.
A la pulquería, la visitaba regularmente un albañil
llamado Salvador, mi abuela en esa época
contaba con poco menos de treinta años, y era muy afecta a departir con
la clientela, así que pronto hizo amistad con Chava algunos años mas joven que
ella. Chava procedía de Uriangato, Gto y un día le pidió
como favor que albergara por unos días a sus dos hermanos Salomón y Rafael, en
lo que conseguían trabajo y algún lugar donde vivir con su madre Sabina y su
hermana Esperanza que se quedarían en la casa de chava.
Fue así como mi madre conoció y se enamoró por toda la
vida de mi padre Salomón, mi madre describía esos momentos con mucha emoción,
pues mi padre de quince años era un rancherito de sombrero de palma y camisa
blanca vaquera, que siempre agachaba la cabeza y se ponía rojo de vergüenza
cuando alguien intentaba iniciar alguna conversación con él, a mi madre esto le
encantaba y los quince días que albergaron a mi padre y a mi tío, fueron una
delicia para mi madre que siempre aprovechó
toda ocasión para reírse de él.
Mi madre continuaba siendo la niña del puestecito, pero
ahora, ya conocía a la mayoría de la gente que vivía en esa colonia de personas
pudientes, siempre estaba con una actitud de servicio y esto agradaba a las
personas del lugar, aun el policía que cuidaba esa calle, toleraba a mi madre y
esta le correspondía obsequiándole algún articulo de su pequeño puesto. Ya no
tenía que transportarlo todos los días a su casa, sino que le permitían
guardarlo en alguna de las porterías de esas casas y ella a cambio, les barría
la calle o les hacia cualquier mandado. Se podía decir que mi madre era una
niña-joven feliz.
Precisamente este cambio de niña a mujer, que se dio por
estos tiempos y que hacia que algunos hombres la empezaran a ver con ojos
codiciosos, así como la vida disipada que llevaba su madre como decíamos parte por gusto y parte por
necesidad, hicieron que mi mamá quisiera alejarse de su casa, el colmo fue
cuando uno de los “maridos” que así les decía mi abuela, embriagado de alcohol
y de lujuria, trató de abusar de mi madre, que apenas y gracias a los gritos
que profirió, algunos vecinos caritativos lograron evitar.
Este y algunos otros incidentes que se dieron, como se
dan en lugares de baja vibración, sobre todo cuando hay mujeres expuestas a las
bajas pasiones de hombres alcoholizados y además cuando no hay un hombre que
las proteja, pues mi tío para no buscarse dificultades, pasaba por alto estos
incidentes y al contrario, regañaba a mi madre pues decía que seguramente ella
los provocaba. Así que mi madre decidió cerrar el puestecito y aprovechando que
conocía el rumbo y las personas de esa colonia rica, no tardo en encontrar
trabajo de sirvienta de quedada, que al fin y al cabo, era la solución de sus
problemas. (CONTINUARA)
me encanto, quiciera seguir leyendolo. felicidades hermanito.
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