viernes, 11 de mayo de 2012

LAS EXPERIENCIAS (PRIMERA PARTE)


Queridos nietos, en esta ocasión quiero contarles escenas de mi vida, para que conozcan una faceta, que para su abuelo es muy importante, ya que son experiencias que me fueron dando pistas de la existencia de mundos superiores, no esperen que les cuente sucesos extraordinarios, equiparables con historias sobrenaturales de mucho impacto narrativo. Las cosas que me han sucedido son mas bien simples y sencillas, pero que han marcado mi vida positivamente. Para llegar  a la descripción de estos sucedidos, deberé crear el contexto a través de pequeñas narraciones personales que espero no les causen aburrimiento.

Primeramente, mi madre fue una mujer que la vida marcó con el sufrimiento, poca gente he conocido como ella; nació en un pequeño poblado dedicado a la minería, su padre, hombre fuerte entonces, expuesto a  la explotación humana y al agotamiento de las betas auríferas, se vio obligado a emigrar a la Ciudad de México, en busca de un trabajo, que solo pudo hallar en las minas de grava del pedregal de Coyoacán, era un trabajo agotador, mi abuelo se pasaba hasta 12 horas al día, sacando lajas de pedernal con cuña y marro, para después ayudarse con su mujer y sus hijos a despedazarlas en pequeñas piedrusculas, hasta  completar un viaje de cinco metros cubicos que le pagaban en diez pesos.

Como este salario no alcanzaba, mi abuela Guadalupe en ese entonces de veintitres años, ayudaba al gasto familiar haciendo tortillas a mano y en ocasiones lavando y planchando ajeno,  de esta forma, se vieron en la necesidad de vivir en una “ciudad perdida”, cercana a las minas, cuya casucha de piedras sobrepuestas y techo de láminas de cartón albergaba a una familia de ocho miembros, entre ellos mi madre que a la sazón tenia cinco años de edad y era la tercera de una camada de seis, con una fecunda madre que pareciera que alumbraba cada año.

Mi abuelo Florentino, al carecer de instrucción, no aspiraba a trabajos de mayor envergadura y solo su fuerza y su constancia en labores de mucho desgaste físico, hicieron posible que vivieran apenas en esas condiciones, los intentos por cambiar de trabajo no fructificaban, ya sea por la lejanía de las obras, (pues a veces se empleaba como peón de albañil) o la falta de dinero para transportarse a dichos lugares, hacían que recurrentemente regresara al pedregal en la inopia actividad que desempeñaba. 

Así pasaron dos años, y la pobreza aunada a la enfermedad, hizo mella en la pobre familia, la primera victima fue Beatriz con escasos siete meses de edad. Una diarrea la llevó a la tumba, al fin el desaseo que siempre acompaña a la pobreza y la desnutrición que ocasiona la falta de pan, golpearon el destino de esa humilde gente. El abuelo Florentino, ya sea que la tragedia, halla mermado sus defensas físicas, ya sea que trajese la enfermedad en el cuerpo procedente de su vida de minero, (en las profundidades del subsuelo), cayó enfermo de tuberculosis pulmonar, los servicios médicos gratuitos de esa época, no fueron suficientes para curar esa enfermedad, las indicaciones medicas, eran imposibles de obedecer, pues no se contaba con los medios de hacerlo, Severiano y el Monito de diez y nueve años  respectivos, infructuosamente trataron de continuar con el trabajo de su padre, mi abuela Lupe tuvo que dedicar la mayor parte de su tiempo, laborando de entrada por salida en los trabajos de servidumbre que podía encontrar en las casas mas acomodadas  de la periferia, Carmen mi madre a sus seis años, se quedaba en el pobre jacal, cuidando a su padre y  a sus dos hermanas la Tinita y la Chuchita.

 Meses antes de que cayera la desgracia en el pobre hogar, el abuelo Flor sentía la necesidad de estar mas tiempo con su familia, un día mi madre llevándole un trozo de periódico, que en una calle cercana se había encontrado le preguntó a su padre que decían esas letras, en ese momento el abuelo Flor para salir del transe le platicó una historia que inventó en ese momento.

Días mas tarde el abuelo Florentino debido a la vergüenza  experimentada ante su hija mas querida, se obligó a comprar, un silabario que le costó un peso y con el que se auto instruyó , para poder leerles a sus hijos, y principalmente a su carmelita, que constantemente lo abrumaba, haciéndole mil preguntas.

Cuando muchos años después, mi madre nos platicaba estas cosas, en sus ojos se notaba el brillo que producía el orgullo, de haber tenido un padre, que fue capaz de leer por si mismo, impulsado por el amor de sus hijos, pues a pesar de que muchas veces agotado por  la enfermedad no podía levantarse de la cama, jamás dejo de leer, mi abuela y sus hijos, le procuraban toda la lectura que podían conseguir, desde libros viejos, revistas usadas, periódicos atrasados, etc.

Tres años duro su agonía y gracias al auxilio de almas piadosas que se conmovieron de ver como una misma familia  atraía tantas desgracias, socorrieron un poco su pena llevándoles, cobijas, comida, ropa para los niños y trabajo para Severiano como aprendiz, en una fundición, pues el monito hacia poco que también había muerto, posiblemente contagiado de la enfermedad de su padre. 

Para la abuela Guadalupe, las cosas cada vez eran mas difíciles, su carácter empeoró, procuraba estar fuera de su casa el mayor tiempo posible, la opulencia que veía en las casas que le daban empleo y las amistades ocasionales de las que era muy propensa, la hacia desatenderse de su marido y sus hijos, recayendo tales obligaciones en Carmela que a la edad de ocho años, barría, lavaba trastes y ropa, planchaba, hacia de comer, etc. Además de cuidar y atender a su padre enfermo  y a sus hermanitas que por esas ultimas fechas también enfermaron.


A pesar de tantos infortunios, decía mi madre que esos últimos años que convivió con su padre enfermo,  fueron los mas felices que tuvo en su vida, pues el vinculo entre padre e hija se hizo muy grande y fuerte, a tal extremo que mi madre besaba el rostro y las manos de su padre, cuando tenia accesos de tos tuberculosa para demostrarle cuanto lo amaba. Mi abuelo Florentino la reprendía, aun con lagrimas en los ojos por la preocupación que esto conlleva,  pero ella le decía que no le importaba, que ella queria morirse con él. Mi abuelo trataba de convencerla que tenia toda una vida por delante, que crecería y tendría hijos a los que quedría igual, que como el, la quería a ella, finalmente se abrazaban y terminaban ambos llorando y sollozando uno en brazos del otro.

Quien lo iba decir, diez años después de la muerte de su padre, cuando parecía que aquellos arranques de amor filial, no iban a tener consecuencias, mi madre enfermó gravemente de sus riñones, los médicos solo pudieron salvarle uno, el otro atacado inmisericordemente por la tuberculosis, fue extirpado. Cuando al fin se recuperó, después de pasar un año en el hospital general de la ciudad, los médicos, le pronosticaron que con un solo riñón y en las circunstancias en las que este quedaba, solo podría vivir diez o quince años más; le recomendaron que no se casara y menos aun que tuviera hijos.

Cuando mi abuelo Florentino presintió su muerte, habló con mi abuela Guadalupe, le dijo que ya debía morir y que se iba a llevar a la Tinita y a la Chuchita, para ya no verlas sufrir mas, pues continuamente estaban enfermas. Un día el abuelo Florentino no despertó mas, mi madre que ya se había acostumbrado a la tos de mi abuelo, despertó sobresaltada al no escucharla, se abalanzo sobre el y quiso despertarlo con sus besos, pero ya estaba muerto.
(CONTINUARA)

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