viernes, 13 de abril de 2012

LOS ENEMIGOS


En realidad los enemigos no existen. Somos nosotros quienes los hacemos nuestros enemigos. Es nuestro orgullo, nuestra vanidad, nuestro amor propio, nuestra ignorancia, una cantidad muy grande de egos, de personalidades, de cuerpos... Nosotros somos  quienes nos convertimos en sus enemigos, y por reflejo, los creemos NUESTROS enemigos. Sin embargo, en realidad no lo son. Nosotros, en cambio, ocupamos gran parte de nuestros pensamientos en ellos, y CREEMOS que ellos hacen lo mismo con nosotros. La realidad es muy diferente, ellos no piensan en nosotros con esa misma intensidad.
Empero, reconozco que hay sucesos extraordinarios, en que sin hacerlo a propósito, llegamos a causar un daño a otra persona, y las circunstancias para esa persona, se pueden confabular de tal modo, que en apariencia, nosotros nos convertimos en el enemigo. Si esto llegare a suceder, y si en algún momento, nuestra conciencia nos hace un llamado de atención, debemos enfrentar el hecho y hablarlo con la persona afectada. 
Muchas veces, se nota cierta animadversión en su actitud, su forma de mirarnos, o en algunas actitudes sospechosas. Si nuestro corazón nos avisa, de esa fuerza que impele la persona que nos cree su enemigo, sin temor, sin vergüenza, hay que enfrentarlo.
Todos en el fondo, tenemos el poder de darnos cuenta de ese tipo de cosas, pero hay que saber discernir. En ocasiones una palabra amable, o una actitud acomedida, deshacen como por encanto esa animadversión latente. Aunque tampoco hay que vivir tratando de agradar a los demás.

Es muy común que a veces, la forma de vivir de algunas personas ofende a otros, o los hace blanco de envidias, y cuando la envidia se va acumulando en los corazones de esas personas, que muchas veces la ignorancia provoca, se va transformando en odio, y entonces esas personas resentidas, se llegan a convertir en enemigos gratuitos del envidiado, aunque éste no tenga la más mínima idea de lo que está pasando. Sin embargo, este tipo de enemistad se contrarresta muy fácilmente a través de un comportamiento franco y justo; de esta manera, al proyectarlo hacia todas las personas con amabilidad, tal enemistad puede convertirse en admiración.
En ocasiones, la distancia es tan grande que no es posible darse cuenta, en absoluto, que provocamos estos sentimientos en otras personas; sobre todo cuando ese alguien es una figura pública. En estos casos, similarmente a lo anterior, se debe proyectar una personalidad agradable, e infundir sinceridad en todas sus expresiones.
Dando por entendido, que ser enemigo es un sentimiento unilateral, en tanto no se convierta en un repartimiento de odios, es muy posible, que manteniéndolo unilateral, se pueda deshacer dicho influjo.
El odio es un desperdicio de energía que daña más al que lo genera que al que lo recibe. Dicho de otra manera, el que siente odio se está dañando a sí mismo. Aunque desafortunadamente, también produce cierto daño a la persona a quien se dirige, y la única manera de contrarrestar estos efectos, es a través del amor.

El amor forma una protección energética, que amortigua los efectos del odio de las personas que nos consideran sus enemigos. Si es posible, después de haber intentado aclarar los malos entendidos, infructuosamente, lo mejor será alejarse de esas personas, pues la distancia y el tiempo contrarrestan sus efectos, además del amor.
Nadie debería odiar, porque el odio es una fuerza tan grande, que destruye todo a su paso. Y aunque nadie debería odiar, sin embargo el odio, como todos los sentimientos, están impelidos de energía, y la energía no es buena ni mala, sino que es el uso que se le de, lo que marca la pauta.
El odio es la otra polaridad del amor, y en algún momento, ambas polaridades, pueden tocarse, es decir, el odio se puede convertir en amor, y el amor en odio, o bien, el sentimiento más fuerte puede engullir al mas débil.
El odio como el amor, son energías de diferente carga eléctrica ( referido a los electrones del átomo). Se ha aceptado universalmente (o cuando menos en nuestro planeta), la acepción de + positivo y – negativo. No necesariamente lo positivo es bueno, y lo negativo malo. En los imanes (magnetismo), los polos iguales se repelen, y los desiguales se atraen.
Cuando los polos se repelen, se ejerce una fuerza, se ponen en movimiento todos los átomos, que confluyen en esta influencia, y se produce calor; cuando los polos son diferentes, y se atraen, los átomos se acomodan de tal manera, que al juntarse, se logra un equilibrio, un movimiento armónico, que lleva a todos los átomos, influenciados por la fuerza de atracción a mantener un equilibrio estático.

Lo mismo sucede cuando ambas fuerzas son de la misma magnitud (refiriéndonos al amor y al odio), al hacer contacto, se logra la estabilidad, la armonía. Mientras un sentimiento sea mayor en magnitud, que el otro, engullirá el más fuerte al más débil.
Ahora bien, atrás habíamos dicho, que el odio destruye con mayor fuerza al mismo ente que lo genera, pero analicemos ahora, como es esa destrucción:
Cuando el odio se convierte en una fuerza avasalladora,  éste va tomando forma de una obsesión destructiva, que mientras se siga alimentando de más odio, el sujeto que lo está generando, utiliza una energía que bien podría serle útil en otros menesteres. Consideramos que al utilizar energía en asuntos inadecuados, estamos descuidando otros aspectos, ya sea familiares, de trabajo, de salud, o de un sinnúmero de actividades y funciones, que requieren de una energía que estamos desperdiciando. Además, el odio pudre otros sentimientos menos fuertes, y al final, el individuo que se deja llevar por el odio, muere con el cargo de conciencia de una vida desperdiciada, en aras de un sentimiento auto destructivo.
No solamente destruye a la persona que lo genera, sino que también perjudica a las personas que están cerca; generando, si no la destrucción, sí serios daños a estas personas que, de no ser lo suficientemente fuertes, pueden ser influenciadas de tal manera que puedan desarrollar sentimientos afines de quien ha ejercido la influencia, sobre todo si se trata de relaciones muy cercanas.
Recuérdese que el odio del padre se hereda al hijo. Existen en la literatura, muchísimos casos de familias, que se han destruido por odio, a través de muchas generaciones, hasta que nacen en ambas familias, individuos lo suficientemente fuertes para destruir ese vínculo de odio, a costa de otro de amor tan poderoso como el primero.
El consejo que les doy amados nietos, es que, cuando en su conciencia aparezca este aviso que es como un chispazo de energía, hagan todo lo posible, por modificar el odio por amor, ya sea que ustedes lo sufran, ya sea que lo generen otras personas por su causa, consciente o inconscientemente; traten de no tener enemigos, y si esto no es posible, por lo menos, no hagan en ustedes enemigos, no guarden rencores, perdonen siempre, pónganse en el lugar de los demás, y sean comprensivos. De esta manera, siempre habrá la posibilidad de revertir este amargo sentimiento, por que esa envoltura de amor los protegerá, y al no ejercer más fuerza de la misma polaridad que el odio, tarde o temprano perderá vigor, y la persona que origina ese odio consecuentemente alcanzará la paz.
Por otro lado, si ustedes siempre están conscientes de que los enemigos no existen, cualquier tropiezo que surja en su camino no será más que una lección de vida, para aprender alguna enseñanza. Esa experiencia, cuando es tomada como lo que es, sin engendrar odios, produce resultados positivos. Recuerden que lo que no los mata, los fortalece. Acepten lo que la vida les da, ya sea bueno o con apariencia de malo, pues aún la muerte misma, es parte de esa experiencia que todo ser procedente del mismo principio divino, debe experimentar.

Por último, quiero decirles, que no tengan miedo. El miedo es un manto negrísimo, que nos impide ver mas allá del punto que lo origina, el miedo nos esclaviza.
Aprendamos a enfrentar nuestros miedos, así como debemos aprender a diluir los odios, recuérdese que tal como esgrimimos ante el odio el amor, ante el miedo debemos esgrimir esperanza.







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