martes, 17 de abril de 2012

LA EVOLUCION


Es muy común, cuando se habla de evolución, al tocar los temas de los animales y las plantas, apuntar que ésta ( la evolución) ha influido en ellos por dos vertientes:   
A) Que hay animales y plantas que han evolucionado satisfactoriamente, generalmente las especies que se han dejado domesticar; y 
B) Que hay otras especies que han sido influidas por factores desconocidos, y que presentan ciertas características que al hombre no le satisfacen. 
Así, se dice que animales como las ratas, las cucarachas, las serpientes, arañas venenosas, etc., pertenecen o están influidos por la “otra” polaridad. Lo mismo sucede con algunas plantas que presentan características similares a las de los animales ponzoñosos.
Mi opinión es que no hay nada mas alejado de la realidad; aunque no tengamos clara la utilidad de estos animales y plantas, no debería impedirnos constatar, que TODO lo que forma parte de la creación, está en armonía divina con sus interrelaciones, y que solo depende del grado de conciencia que se tenga para comprenderlo.
Los animales y plantas, al igual que el resto de los seres vivos, se aferran a la vida. Esotéricamente, esto sugiere que todos venimos a experimentar; de ahí que, ese aferrarse a la vida, tiene como objetivo cumplir con una misión. Esta puede ser  grande o pequeña, y hasta insignificante, pero todos nos situamos dentro del gran  conjunto de la creación, constante, sostenida, evolutiva. Estamos cumpliendo un plan divino, si, aunque llegase a escucharse como algo absurdo o ridículo, es la verdad. Pocos, muy pocos seres han alcanzado dentro de su evolución individual, el grado de conciencia requerido para entender su causalidad, pero el plan esta ahí  y se está cumpliendo cabalmente, a pesar de situaciones, que en apariencia, podrían oponerse a ello, como es el libre albedrio, con el que a cada momento de nuestra existencia, estamos cambiando nuestro destino,  nuestra misión, o por lo menos la forma o el camino para llegar a ello.
Sin embargo, no es así. Precisamente, gracias a todos los aspectos negativos que existen alrededor de cada uno de nosotros, a las entidades desconocidas que nos acechan, y a los individuos que supondríamos, no debieran existir, es que esa misión individual puede integrarse en una misión colectiva.
De nada vale oponerse a ella. Podemos, haciendo extraordinarios esfuerzos, resistirnos a cumplir nuestro destino, pero todo es en vano. Podemos hacerlo más tarde, o con más cansancio, pero terminamos cumpliendo. Muchas veces la misión no es física, y otras, tampoco es consciente, pero lo que debemos tener por seguro, es que nos va la vida en ello.
Esto se puede comprobar, analizando la agonía de las personas. Generalmente, quien ha tenido una vida apacible, con experiencias satisfactorias, con amor  a su alrededor, muere con agonías cortas, algunas incluso mueren durante el sueño; pero hay otras con agonías, hasta de varios años, y la gente que se da cuenta de ello, se pregunta por qué. Haciendo una reflexión sobre este asunto, llegamos a la conclusión de que la vida de estas personas, para ellas mismas,  no resultó satisfactoria, pues en el fondo, tienen la sensación de dejar asuntos pendientes. Algunas, a través de esa agonía, logran resolver sus inquietudes y terminan por morir en paz, satisfechos del resultado final. En ocasiones las inquietudes son resueltas con la aceptación, la comprensión o incluso la resignación. En otras, el alma aprende a desprenderse del cuerpo físico y a influir en el alma de los seres que han provocado esas inquietudes, generalmente familiares, amigos o personas cercanas, que directa o indirectamente,  han ocasionado un desasosiego en la persona agónica.
Hay casos en que la muerte no resuelve estas inquietudes y la persona requiere de más tiempo para resolver sus conflictos, pero al fin y al cabo, aunque se originen manifestaciones extraordinarias, habrá un final a estas inquietudes y terminará su alma descansando en paz.
Todo es energía,  y nosotros como humanidad, también lo somos, por ende es factible, suponer cuán poderosa es esa energía que poseemos, cuán duradera, cuán activa. Como toda manifestación de Dios está experimentando, es decir, evolucionando. Esa energía pertenece al todo, al Dios-Uno, a la energía primordial. Para poder experimentar,  es indispensable una entidad que sea capaz de experimentar el mundo físico denso, y el espiritual sutil, es decir, una entidad de dos mundos, a esa entidad le llamamos ALMA; el alma es capaz de experimentar el mundo físico, a través de los  5 sentidos conocidos y de los otros intuidos, pero desconocidos; sentir todos los sentimientos, de alta y baja vibración; todos los estados de ánimo, sublimes y mezquinos; todos los grados de conciencia, los vislumbres de conocimiento, etc. Al mismo tiempo, tiene la potencialidad de comunicarse con su Padre-Madre que es el espíritu (la energía manifestada de Dios).
El espíritu, el alma y el cuerpo físico, son las tres entidades principales que conforman el ser, pero no son los únicos; entre el espíritu-alma, alma-cuerpo físico, hay un gran número de estados de conciencia, que conforman otros cuerpos más o menos sutiles, que en determinadas condiciones, son susceptibles de manifestarse.
Todos y todo somos Dios, al decir todo y todos, me estoy refiriendo a los mundos visibles e invisibles, físicos y espirituales, bueno y malo, oscuro y luminoso, todos los reinos, los conocidos y los desconocidos, pasado, presente y futuro, lo manifestado y lo no manifestado, lo lleno y lo vacio, lo frío y lo caliente, etc. Todas las graduaciones que existen, o que pueden existir entre los extremos de todo concepto, todo aquello susceptible de imaginarse, fuerte o débil, en toda conciencia y potencia de las cosas.
Por tanto, todos somos Dios. Dios es la energía mas grande que podamos imaginar y más allá, incluyendo todo lo que no podemos imaginar, sólo intuir. Es muy difícil tratar de definir a Dios. Es tan grande, tan poderoso, tan y tantas cosas, que nuestra mente no tiene la capacidad de imaginar si quiera, una parte de él-ella. Nosotros mismos, que somos una chispa divina (de Dios en nosotros), si nos imagináramos como uno de nuestros electrones, de algún átomo que formara parte de una célula de nuestro cuerpo, si tuviéramos esa capacidad y tratáramos de que ese electrón conociera el cuerpo del que es parte, verbigracia que una diez mil millonésima se diera cuenta del todo del que forma parte.
Si fuéramos capaces de entenderlo, ni aún así, esa capacidad sería suficiente para entender el todo del que formamos parte, porque  sería proporcional, si tuviéramos la capacidad de ese electrón, a comprender tan sólo una pequeñísima porción del todo. Dios es todo eso y muchísimos millones de veces más. 

Por eso es que no comprendemos a Dios, y menos lo entendemos, porque la escala de comparación rebasa a límites desconocidos tal comprensión, y por lo tanto, tratar de entender a Dios, es simplemente una pérdida de tiempo.
Debemos conformarnos por entender lo que está en las inmediaciones de nuestro ser, nuestro entorno, la gente con la que convivimos, incluidos amigos y parientes, desde luego, y lo más importante, nosotros mismos. Es muy común que la mayoría de la gente no se conozca a sí misma, no digamos interiormente, o esotéricamente, el “conócete a ti mismo” de las escuelas gnósticas de la antigüedad, no, ni siquiera conocemos nuestro cuerpo, nuestros órganos fisiológicos, nuestras extremidades, en fin, las partes de nuestro cuerpo.
En realidad es más, muchísimo más lo que desconocemos, como decíamos, de nuestro entorno, que lo que creemos conocer. Digo creemos, por que al paso del tiempo, nos damos cuenta, que algo que creíamos conocido, no lo era tal. Cronológicamente van surgiendo verdades o conocimientos más grandes, que van envolviendo o aglutinando, esas verdades o conocimientos, que resultaron ser más pequeños, susceptibles de mejorarse, complementarse o integrarse a una idea más correcta, más concreta, más globalizadora, y esto no tiene fin... Como las cosas, las ideas también evolucionan para ser mejores.
Así es, amados nietos, retomando lo que al principio decíamos, al preguntarnos sobre la existencia de plantas y  animales ponzoñosos, caemos en la cuenta de que también, como las demás incomprensiones que giran en nuestro entorno individual, están en armonía, y obedecen a la ley de evolución divina.

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